jueves, 26 de mayo de 2011

Poemas en Santiago

Poemas de Santiago

Hay miradas inolvidables, insondables, de una profundidad que no se
sabe cuando partió, llenas en el terror caliente, párpados entreabiertos, rabia y ausencia. Las cortinas heladas continúan esa perplejidad, como un desfile de ciegos en medio de dos tierras en guerra fratricida.

Hay empujones y golpes y tardes que nada tienen de místicas, solo dinero y calor
En el metro y la micro pasamos suspendidos en ambigüedad,
entre un recreo y mintiendo sin ejecutar voluntad, sin hablar
¿Si desaparecieran los del asiento próximo, y queremos que sean felices,
adonde aparecerán?
Los queremos dormidos indefinidamente
Los queremos nadando
Creciendo con sus hijos
¿Adonde irás tú, el del asiento de adelante, al que solo veo pelos negros,
si desaparecieras ahora de improviso?
¿Donde estamos al pensar y no pensar en eso?

Yo quisiera en días largos e inútiles mirar fijamente a una mujer a los ojos como siento la música que amo, a cualquier mujer no una en especial, ojala desconocida. Cerrar mis ojos y dormirme así, sin saber si sigue mirándome y después, despertar solo, sobre una cama, en una habitación vaciada, con la sensación de que los seres vivos somos lo único real.
Esperaría el agua de los océanos sentado en el comedor, sería el hipnótico abrazo internándose por las casas del barrio. Bajaría escaleras hasta los antepasados muertos, y que sin decirnos nada, nos miremos con sonrisa de jardín nocturno,
sin apretón de manos y con ninguna envidia.

En la tristeza del organillo la tarde se haga mil aeropuertos
regresar muchos años atrás a encontrarme con el niño poeta
y juntos tocaremos las campanas que despierten la ciudad.
Quizás cómo me observaría, porque yo, el adulto, contaría con el deber
de comprender la situación, desechar pormenores,
pero creo que el me miraría de reojo a veces,
no podría defenderlo de mí.
Un día, una mañana fría o caliente, nos perderíamos el uno del otro,
entre las multitudes que ayudamos a despertar juntos.
Yo me quedaría en ese pasado, esperando, hasta que al cabo de
muchos años el volviera, otro tipo, nada que ver, con preguntas
y diálogos agotados rápidamente tras ser dichos
ya no saldríamos a tocar campanas, y el envejecimiento
se confundiría con el crecer, y las promesas con las consecuencias.
Sería la hora de caminar solo, y tal vez, de componer música, música sin letras.

Mas nada de eso hay, solo una ciudad zoológico donde todos añoramos ser espectadores aventajados de las demás bestias. Y rostros repitiéndose tanto que ya parecen palabras sueltas. En el animal está la palabra animal varias veces, por eso los gritos en el baño, sobre la cama: ¡Animal! ¡Animal! ¡Animal!
y una novia que teje frases tales como, “velos rosáceos”, “deseo que va mas allá
de la vida de pueblo”, “mañana de clarividencias”, “partir para siempre
en tren un domingo”, etc. Así, la muchacha continúa hilvanando frases una vez ya acostumbrada nuestra joven desilusión, y los colmillos del animal son la esperanza que nos deja en forma de carne y viento, cuando ya lo queríamos olvidar todo, o
casi todo.
El camino partió en un lejano invierno, todavía estoy en el
y a veces casi suena excéntrico que no muramos en cualquier momento,
sin causa definida.
Quisiera que alguien subiera, que nadie bajara
Quisiera que nunca fueras a ser disuelta tiernamente en la tierra, porque eso son
solo unas palabras, además no se quien eres y esa
es mi libertad, cuando vuelvo a casa solo.